De acuerdo con la definición más simple de la palabra “debate”, se trata, por un lado, de una forma de discusión formal, oral y organizada, que se caracteriza por el intercambio argumentado de ideas, opiniones o puntos de vista entre dos o más personas, con posiciones opuestas sobre un tema determinado. Por otro lado, se trata también, simple y llanamente, de una controversia, polémica, discusión o disputa sobre un tema, que puede ser abordada desde diversos puntos de vista.

De manera general, un debate consta de 4 fases: apertura, cuerpo del debate, sesión de preguntas y respuestas y conclusión.

Por ningún lado el significado de “debate” se refiere a una pelea, una acusación, un duelo de epítetos, alusiones personales, mucho menos, a una mera agresión verbal barata y vulgar entre las o los participantes. De ahí que los dos debates presidenciales se hayan convertido -lamentablemente- en dos no-debates, donde todos pierden: los participantes, el INE, la sociedad y, sobre todo, la democracia y el nivel de la contienda.

Y es que, realmente no pensé que la competencia por la presidencia de la república en este histórico proceso electoral 2023 - 2024 fuera y terminara así; siempre hice votos porque se diera un debate de altura y diferente, no sólo por lo que está en juego en México -dos proyectos de nación-, sino por el hecho de tratarse de dos mujeres, donde una de ellas será la próxima primera presidenta del país.

Realmente me ha decepcionado un poco esta campaña, plena de suciedad y bajos instintos por parte de la oposición del PRIAN que, ante la ausencia de ideas y de un proyecto propio, se ha dedicado a enlodar el proceso, con el apoyo de los medios de comunicación ad-hoc y analistas e ideólogos de la derecha que han dejado en el fango su reputación, en la defensa de un régimen no sólo agotado, sino superado, por lo menos en la mente del 70% de la sociedad que apoya el actual proyecto de transformación.

No ha entendido -la derechiza- que, en épocas de cambio, lo primero que se agotan son las viejas ideas, que han dejado de ser las predominantes, para dar paso a otras nuevas, que auguran la llegada de un nuevo régimen, como es el caso ahora.

Comenzaré por decir que el formato del no-debate sigue siendo rígido y esquemático, que inhibe a los participantes de exponer sus ideas y sus argumentos, donde el único reto es no pasarse de tiempo y, a veces, el objetivo para no contestar, pues se les agotó su bolsa de tiempo.

No me imagino cómo será una bolsa para cargar el tiempo. Será que las horas pesan más que los minutos o los segundos o bien, que estos últimos se van reciclando para aligerar la carga. Habría que preguntarle a Don Renato Leduc, que de tiempo y destiempo conoce más que nadie, aunque ya no está en nuestro tiempo.

Seguiría diciendo que me gustaron los conductores -sobre todo Adrianita-, pues ante la parquedad a veces de los participantes, sacaron algunas preguntas interesantes de otra bolsa -la de las ideas-, para obligar a las candidatas y candidato a ser más frescos y espontáneos.

Y precisamente, ahí está el debate, chatas: en lugar de poner tiempos tan cortos para contestar (un minuto, que apenas sirve para que el cerebro asimile la pregunta), el INE debería establecer una sola bolsa de tiempo de 30 minutos cada uno, para que los usen cómo les dé la gana. Es muy molesto oír a los conductores interrumpir a cada rato con eso del tiempo cumplido, que cercena las últimas palabras de los contendientes. Hay que dejarlas y dejarlo terminar sus ideas. Si fuera necesario, por lo interesante del debate, habría una segunda bolsa de tiempo de 5 minutos para continuar o concluir el debate.

En mi opinión, nadie ganó el no-debate, pues ninguno de los tres debatió entre ellos, es decir, confrontó ideas, propuestas, sueños, donde quizá Máynez estuvo más cerca, pero ellas no lo tomaron en cuenta, concentradas como estaban en su propia pelea. Fue un monólogo de tres al mismo tiempo.

Pero tampoco entre ellas hubo debate. Una, la mentirosa, se dedicó a decir puras verdades, con cifras, datos y resultados en todos los rubros de la economía, que resumió con un rotundo “cambio de modelo económico”, humanista y con mayores beneficios para los trabajadores, aunque se olvidó rematar el mensaje con el mayor logro de este gobierno en la materia: haber separado finalmente la economía de la política, a fin de protegerla de los vaivenes de la perversidad humana que ha permitido esos buenos resultados. Y eso pasó en cada rubro (infraestructura, pobreza y desigualdad y medio ambiente), no hubo remate en una sola idea o frase.

La corrupta en cambio, ocupó -o desperdició- su tiempo en atacar y denostar a su contraria con acusaciones que a nadie le interesan -por lo menos al 70% de la sociedad-, le cree y mucho menos entiende, por lo que no tuvo ningún impacto, cuya respuesta siempre fue la indolencia de Claudia, quien siquiera la volteó a ver, hasta que la hizo enojar de nuevo, pues ni su elegante huipil logró atraer su mirada. Tanto gastar para que nadie la chulee debe doler en el ego de una mujer, más si se trata de otra mujer.

Queda claro que poco cambiará luego de este no-debate; la mentirosa seguirá arriba en las encuestas, pues los números no mienten; la corrupta, abajo, ahora más abajo, pues mostró nuevamente lo peladita y vulgar de su ser y comportamiento, que seguramente alejará a algunos seguidores más, especialmente de la clase media, pues no los representa.

En el no-debate, nadie derrotó a nadie, aunque cada uno o una ganó en su categoría: la mentirosa mostró su temple hasta para decir verdades sin inmutarse ante la terquedad de su oponente; la corrupta demostró de qué está hecha, luego de confirmar su amasiato con el PRIAN, además de aceptar -sin vergüenza alguna- que siempre ha hecho negocios al amparo de la actividad pública. Por su parte, Máynez se rebeló como mejor promesa y seguirá creciendo en todos sentidos y construyendo un buen proyecto para las nuevas generaciones en 2030.

Mi conclusión es que los mexicanos no sabemos debatir, particularmente, los políticos pues confunden siempre la confrontación de ideas y propuestas con peleas, insultos y denostaciones.

En un buen debate, el objetivo fundamental no es ganar a golpes, sino convencer con ideas y propuestas de que se es mejor en todos sentidos.

Ahí está el debate, chatas.

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomático

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